Quién inventó el fenómeno del Cambio Climático y por qué.
Quién inventó el fenómeno del Cambio Climático y por qué.

Quién inventó el fenómeno del Cambio Climático y por qué.

Por Eduardo G. Lucía Manica y Almudena Zaragoza. Biólogos.

Es verdad que cualquiera con conocimientos básicos en geología o que entienda un poco de la dinámica terrestre desde su creación hasta ahora, nos diría que siempre ha habido y siempre habrá cambios climáticos en la Tierra, derivados de una enorme cantidad de factores y variables que tienen lugar en nuestro complejo planeta. Pero sin duda, una dinámica natural.

Sin embargo, la mayoría de gente de a pie no piensa en eso cuando escucha “Cambio Climático”. La narrativa actual, nos lleva por una corriente de pensamiento catastrofista. El fenómeno del “Cambio Climático”, ha sido usado como sinónimo de peligro mundial inevitable y con el agravande de ser causado por los humanos que no reciclan. Por eso, por lo malos que somos, tenedremos que pagar más impuestos y vender nuestras tierras a compañías que puedan evitarlo, pero vamos poco a poco.

Para entender cómo llegamos a este punto, hay que viajar al comienzo. Como todo buen relato, tiene un principio.

Fue en la década de los 70 cuando comenzó a haber una creciente preocupación por el posible daño a la estratosfera, debido a los gases de los vuelos de aviones y que estos pudieran tener un efecto en el clima. Motivo por el cual, se pusieron en marcha estudios sobre el tema, destacando científicos como James Lovelock, el padre de la teoría de Gaia, quien inventó un detector de captura de electrones (ECD) que era capaz de medir una amplia gama de sustancias, pero especialmente productos químicos sintéticos como el diclorodifeniltricloroetano (DDT), policlorobifenilos (PCB) y la estrella de esta historia, los clorofluorocarbonos (CFC) que se utilizaban como disolventes, refrigerantes y aerosoles (fuente).

Con la tecnología del detector de captura de electrones (ECD) fue posible para los científicos Mario Molina y Sherwood Rowland, medir los efectos de los CFC sobre la capa de ozono, determinando así su daño y potencial de contribuir a un cambio climático. Esta investigación, publicada en la revista Nature y que, a pesar de las décadas que han pasado sigue siendo de pago y no de libre acceso, fue de tal relevancia, que se les otorgó el premio Nobel de Química en 1995 a estos dos científicos.

No debemos olvidar el carácter tan reduccionista de este tipo de investigaciones, que tratan de emular las condiciones y dinámica atmosférica, dentro de un laboratorio, obviando múltiples variables que en la naturaleza sí tienen un papel importante, como por ejemplo los microorganismos presentes en las masas de aire, capaces de degradar compuestos químicos de todo tipo. Por ello, sorprende que se utilicen estos estudios para tomar decisiones tan trascendentes, a no ser que, como es obvio, haya muchos intereses detrás.

El resultado de esta investigación fue, cómo no, digno de una película de terror “la vida útil atmosférica de los CFC se encuentra en el rango de 40-150 años” ¡Jamás nos libraríamos de los malvados CFC!

Esta creciente preocupación por el clima del planeta, no pasó desapercibida por los grandes poderes mundiales, ejemplo de ello es el informe de la CIA: “Un estudio sobre investigación climatológica en lo que respecta a problemas de inteligencia”, donde entre otros temas, se habla de que el gobierno estadounidense debe tener estrategias geopolíticas para los problemas que se avecinan, como las sequías, el acceso al agua y, claro, el Cambio Climático. Este documento pasó por varias manos, entre ellas las de Henry Kissinger, quien obviamente vería una gran oportunidad en este relato catastrofista.

En la actualidad, es más que evidente el poder de grandes empresarios de la industria energética, entre otras, en las decisiones de las Naciones Unidas, impulsando una agenda como la 2030 donde los intereses son en beneficio de unos cuantos privilegiados. Pero ¿fue así desde el inicio?, lamentablemente sí. Maurice Frederick Strong, un empresario petrolero, minero y diplomático canadiense fue nombrado como el primer director ejecutivo del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente, así es, no un científico sino un empresario y político cuya riqueza se basa en la explotación de la Tierra y la gente.

Él mismo se describió como “Socialista en ideología, capitalista en metodología”. Los numerosos escándalos y posteriores juicios por intentos, algunos fallidos, de apropiarse de tierras ajenas para la explotación de recursos y la ironía de haber sido una persona dedicada a la explotación del petróleo en toda su carrera, hace del nacimiento de los asuntos mundiales del “cuidado del medio ambiente”, un comienzo más que revelador.

Otro personaje destacable es Veerabhadran Ramanathan, profesor emérito del Instituto Scripps de Oceanografía de la Universidad de California y de los principales impulsores del discurso sobre el efecto invernadero y el CO2. Este científico, que recibe alrededor de $150,000 dólares anualmente del PNUMA (United Nations Enviroment Programme), invierte su preciado tiempo en impartir conferencias sobre cocinas de biomasa y lámparas solares como soluciones al cambio climático para personas pobres de la India, mientras conduce vehículos de alta gama y utiliza otros transportes “contaminantes” para cumplir su muy apretada agenda de cuidado de la Tierra.

Nunca se ha podido demostrar que las emisiones de CO2 humanas calentasen el planeta y siempre se olvidan de contar que es el océano, con sus millones de microorganismos, el que equilibra las emisiones siendo el mayor reservorio de carbono del planeta. El CO2 es un gas inocuo, contribuye a que la temperatura terrestre se mantenga en niveles óptimos para la vida, entre otras cosas, y lo producen los organismos fotosintéticos en su mayoría, los cuales también se encargan del oxígeno que respiramos. Es biología básica.

Llegados hasta aquí, es necesario hablar sobre el verdadero protagonista del relato del “Cambio Climático”, Sir Crispin Charles Cervantes Tickel. Su madre fue bisnieta de Thomas H. Huxley, el bulldog de Darwin, lo cual, tiene implicaciones directas en su ideología hacia un maltusianismo con tintes eugenistas. Prueba de ello, es el hecho de que fue patrocinador de la organización “Population Matters”, cuyo antiguo nombre era “Optimum Population Trust”. En otras palabras, control de la población. Entidades que operan bajo la premisa de que somos muchos en el mundo y la población debe reducirse, porque en este caso, según ellos, genera un daño irreparable en el planeta.

Como era de esperar, no era científico, pero sí sabía desenvolverse en el ambiente del alto poder sin problema, fue embajador británico ante las Naciones Unidas, Representante Permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU y nombrado General de la Orden del Imperio Británico. La propia Margaret Thatcher comentaría que gracias a Tickell, incluyó un discurso sobre el “Cambio Climático” ante la Royal Society en septiembre de 1988.

La única contribución literaria de Tickell sobre este tema tan complejo fue el libro “Climatic Change and World Affairs”, donde describe cómo el éxito de nuestra especie remarcado en una alta tasa de reproducción es la mayor amenaza a la que nos enfrentamos, somos muchos humanos en el planeta y entidades supranacionales deben controlar que no acabemos con todo. Cuando en realidad, son las multinacionales para las que trabajan estas personas y que criminalizan al ciudadano, las que están destruyendo y contaminando a placer. Y de hecho, lo podemos ver en su estilo de vida, te critican por no reciclar y viajan en vehículos de lujo y transporte aéreo por todo el mundo, para traernos su propaganda. El ciudadano que intenta reciclar su envase de plástico sin éxito, es el menor problema del planeta, sin duda alguna.

Algunos podrían adoptar la visión puramente biológica de que si los hombres se reproducen como conejos, se les debe permitir morir como conejos… Archibald Vivian Hill (Cita incluida en el libro de Tickell).

El propio Tickell reconocería en su libro que el Cambio Climático es pura ideología y nada tiene de ciencia, al afirmar:

En un punto la mayoría de la gente está de acuerdo: ninguna actividad humana ha alterado o afectado sustancialmente el clima mundial en su conjunto. Esto no quiere decir que, en combinación con otros factores, los seres humanos no hayan contribuido ya al cambio o, posiblemente, lo hayan mitigado. Ni que sus actividades no hayan tenido efectos locales o regionales. Climatic Change and World Affairs, Crispin Charles Cervantes Tickell.

Desde el inicio de todo este relato catastrofista que comenzó con el falso agujero en la capa de ozono, siempre han habido científicos valientes como el ganador del premio Nobel de Física Ivar Giaever o Susan Solomon que publicaba en los años 80 en la revista “Reviews of Geophysics” una crítica a la narrativa del agujero en la capa de ozono, destacando la precaución que hay que tener al declarar algo con base en datos satelitales de los cuales no hay un histórico “grande” con el cual compararlos, por lo que las variaciones observadas pueden ser estadísticamente irrelevantes. ¡La escala temporal de los ideólogos del Cambio Climático siempre fue un problema!

El famoso “agujero en la capa de ozono” que iba a provocar que nos quemásemos vivos, no fue más que una enorme mentira, las imágenes satelitales que se mostraron respondían a un adelgazamiento en la misma (no a un agujero) que se debe a la propia dinámica de los vórtices polares de nuestro planeta. De hecho, los años 2015, 2018, 2020, 2021 y 2022, registraron récords de disminución del espesor de la capa del ozono antártico, pero ningún medio nos lo contó. Son adelgazamientos y engrosamientos naturales, relacionados con las estaciones del año. Fin del cuento de terror.

Ante estas evidencias llegó el malvado CO2 y el Calentamiento Global del que ya hemos hablado y que los datos del hielo polar tiran abajo estrepitosamente. Resulta que el récord de mínimo grosor de la capa de hielo ártica fue en 2012 y en la Antártida en 2023. ¿No tendrían que disminuir a la vez si nos estuviéremos calentando? Resulta que existen aumentos y disminuciones según la estación del año, del hielo en los polos y no hay nada que demuestre que el humano está calentando la Tierra. Por eso, ahora ya no hay agujeros, ni calentamientos, sino cambios climáticos, así metemos todo suceso que ocurra en el relato. ¡Un despropósito!

Por otro lado, tenemos datos de recuperación de la masa forestal en China, Rusia, Estados Unidos o la India, también nos encontramos con países como Brasil, Indonesia o la República Democrática del Congo que reportan pérdidas en su superficie forestal. Por lo tanto, no hay datos concluyentes sobre si mundialmente ha aumentado, disminuido o se ha mantenido estable la superficie forestal del planeta. De lo que si podemos estar seguros, es que la peor pesadilla de los maltusianistas va en crecimiento, la población mundial supera los 8 mil millones de personas, lo que para ellos representa una “superpoblación”. Pero de nuevo los datos vuelven a aplastar el relato, ya que se sabe que todas estas personas viven en tan sólo el 7% de la superficie terrestre. ¡Queda mucha tierra por ocupar!

Si bien toda esta élite maltusianista, con sus científicos comprados, está constantemente presionando con su relato climático catastrofista a través de intensa publicidad que va directa a tocar fibras emocionales haciéndote sentir culpable por los “cambios extremos del clima”, cada vez más gente se da cuenta de que el problema no “somos nosotros”, sino las grandes corporaciones mundiales que sí tienen la capacidad de emitir contaminantes a gran escala, pero que quieren que “tú” seas quien remedie esos problemas, echando desechos en cubos de reciclaje que nunca se reutilizarán.

También puedes dejar de comer carne para enriquecer al magnate de turno o cambiar tu dieta por insectos, que son baratos de producir. Sin olvidar, pagar más impuestos para que puedan implementar las “soluciones” más pertinentes, como la mal llamada energía renovable, que es más cara y menos eficiente que las convencionales y que utiliza maquinaria altamente contaminante y dañina para la fauna y la flora. O las ciudades de 15 minutos, donde en palabras del Foro Económico Mundial, “no tendrás nada y serás feliz”, en el lugar más contaminado del planeta y sin pasear por ningún espacio verde. ¡Es de risa!

De la mano con todo lo demás está el programa de “huella de carbono”, un registro sobre las emisiones de CO2 y gases de efecto invernadero que las personas o empresas emiten como consecuencia de sus actividades, y que al día de hoy puede observarse ya dicho cálculo personal en aplicaciones bancarias como BBVA. Sin duda, más impuestos para enriquecer a las élites, que con sus millonarias vidas, son los más contaminantes del planeta.

Ahora bien, ¿qué podemos hacer para evitar esta distopía cada vez más real? Es más fácil resistir la creciente presión si se está debidamente informado y se es crítico con las “soluciones” que nos dan. Es más fácil resistir, si comenzamos a hacer comunidad y compartir nuestras estrategias. No sabemos qué es la siguiente acción que las élites tomarán para continuar con su plan, solo sabemos que continuarán avanzando todo lo que puedan hasta que logren su objetivo o fallen en el intento. Por lo que solo puedo aconsejar el llevar una vida lo más natural y saludable posible, alejado de esas políticas de muerte e ir construyendo un nuevo sistema.

“Nunca se cambian las cosas luchando contra la realidad existente. Para cambiar algo, construye un nuevo modelo que haga obsoleto el modelo existente”. Buckminster Fuller.

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